La
vida tiene múltiples maneras de ser vivida. La de cada uno o una, transita por
caminos rectos, torcidos o misteriosos. El camino que escogemos no hace la vida
de cada cuál ni mejor ni peor, solo distinta. Éste 2016 ya tiene historia y
apenas comienza. Muchos tenemos la impresión de que han pasado tantos días que
ya parecen años. Otros están contando los días para que suceda algo, que están esperando hace mucho
tiempo. Así es la vida, la experiencia de cada uno o una tiene un matiz propio.
Lo
individual es tan potente estos días que tal parece, que es todo lo que existe.
Quizás es, que la experiencia individual, es lo único que vivimos. La
colectividad parece solo, un
pensamiento, un pedazo de vida que pocas veces sentimos de verdad. En muchos
países, lo colectivo se experimenta cuando hay movimientos que lo requieran como
guerras o tragedias. En el nuestro donde no hemos tenido, ni una , ni otra
cosa, lo colectivo es muy difícil de
sentir. La experiencia diaria, casi
siempre es individual o a lo sumo en el pequeño grupo que compartimos.
Quizás
por eso la vida pesa tanto, sobre todo en momentos de difícil digestión y los
paquetes de la experiencia de vivir, los
llevamos casi siempre solos. La vida sentida desde lo plural es, para nosotros,
solo un pensamiento, que a veces tocamos cuando estamos esperando a la entrada
de un espectáculo. Esas masas de gente, que observamos desde lejos, de vida, de
humanidad en otros países, o ciudades, nosotros no tenemos la oportunidad de
sentirla, con frecuencia. Sí tenemos la experiencia de ver cuántos somos en un
tráfico pesado, pero no vemos personas, son coches, son objetos. Los que van
dentro de esos carros, no se ven. Lo interesante
es, que siendo tan pocos, la vida comunal, debería ser lo usual. Por esa necesidad que
tenemos de sentirnos, es que las actividades, como las Fiestas de la calle San
Sebastián son tan enriquecedoras.
Este
pensamiento me viene rondando hace mucho pero adquirió contexto, viendo una
imagen de los refugiados de Europa. Ellos pueden llegar de distintos colectivos
huyendo de la guerra o de otros seres
que hacen su estadía en sus países, imposible. Esas masas de gente conmueven,
enternecen, dejan huella en la psiquis.
Ellos impresionan y más impactante aún lo hacen quienes los auxilian, gente
común que sienten el llamado del colectivo, del prójimo. Entonces ante esta
conmoción surgen preguntas. ¿Por qué en nuestro país no tenemos esa experiencia
plural con más frecuencia? ¿Por qué el “colectivo” es un pensamiento asociado a
la psicología , trabajo social o a grupos de izquierda?
No
quiero malos entendidos, no es que yo quiera una guerra en mi entorno, nada más
lejos de la verdad. O que piense que aquí no existe la solidaridad, esto sería
un insulto a una de nuestras más hermosas cualidades. Pero la verdad es, que por lo menos en la
historia más reciente, solo hemos sentido ese colectivo, en la marcha en contra de la Marina de Estados Unidos y su
bombardeo a Vieques. Una marcha
histórica que tomó 60 años planificarla y llevarla a cabo. Una marcha que juntó un millón de
puertorriqueños en un mismo lugar y a una misma hora. Esa es una experiencia colectiva
muy potente que logró su propósito y que
está escrita en la psiquis de quienes la vivimos.
El
esfuerzo para convocar cuando se está acostumbrado a sentirse a
diario en diferentes facetas de la vida, podría ser fácil. Juntar gente que se
siente pertenecer y por ello participa, es sencillo y la convocatoria les haría
sentido, porque lo que sucede les afecta
a todos. Por otro lado hablar de lo colectivo a personas cuya experiencia
diaria es individual, es tratar de crear una conexión neuronal nueva, no
visitada con frecuencia. Estoy segura que si en algún momento toca una tragedia
natural, los puertorriqueños nos uniríamos por obligación, en grupitos o en
grupos más grandes. Pero como somos animales de costumbres y el colectivo, que no se practica con frecuencia, me temo que sea un reto, muy grande. Quizás por
eso, casi todos tenemos la impresión de que el hacer diario es, “sálvese quién
pueda”.
Cuando
decimos nosotros o mencionamos el colectivo, nos han enseñado que esas son
palabras de partidos de izquierda. Desafortunadamente en la práctica del capitalismo (manera de vivir que promueve lo
individual) nos hemos creído que el ser individual, la familia cercana, yo y yo,
son lo único importante. “Mientras no me afecte a mi, esta todo bien”
Para
los humanos la vida individual es la primera experiencia y desde esa soledad
filosófica vivimos. Sin embargo, para constituir sociedades, para hacer cambios
sociales, es necesario sentir y vivir el colectivo. Ese ”junte” tan necesario
estos días, en que nos urge tomar decisiones pospuestas por un siglo y
pico. En esas decisiones está implícita
la colectividad, todos somos necesarios, porque las decisiones nos afectaran a
todos, por muchas generaciones. Lo individual practica el mirarse en su propio
espejo, el ego es su centro, sin embargo cuando se piensa y se actúa desde lo
común, tenemos en cuenta el beneficio para todos.
Podemos estar desparramados por el mundo y
seguir sintiéndonos puertorriqueños. Pero eso tiene un peligro muy grande, ¿qué
presencia tendríamos como nación? Los pueblos, las naciones, se concentran en
un lugar y se sostienen en lo colectivo.
Todos sabemos que si alguien quiere que una comunidad de personas se
debilite, lo que hay que hacer es separarlo. Si los puertorriqueños nos
separamos por el mundo, sin un lugar de reunión sólido? ¿Seriamos una
nación? ¿Un grupo de gente? ¿Qué nos
uniría? O tendríamos que cantar con Roy Brown “yo seria borincano, aunque
naciera en la luna? Pero, ¿qué realidad formal, tendríamos? Estas preguntas
para algunas personas, pueden resultar elucubraciones, para otros son válidas,
reales y creadoras de zozobra. En todo esto, lo que causa angustia es, que
hemos tenido 100 años y pico para prepararnos y parecería que la realidad nos
ha tomado por sorpresa.
Y…mientras
todo esto sucede y “la junta de control fiscal” nos amenaza. La vida, la individual, la que camina por caminos
misteriosos, rectos o torcidos, continúa y se nos va gastando.
La
autora es Psicóloga Clínica en práctica privada.
(787)
399-3114
preguntaleathalia@gmail.com
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